Los cinco elegidos: destinos de altura
Las montañas son uno de los principales destinos turísticos del mundo. Sus elevadas cumbres y espléndidos panoramas cobran cada vez más interés como refugio del mundo urbanizado y lleno de presiones. Los ingresos turísticos se han convertido en principal fuente de ingresos de numerosas comunidades de las montañas. Los pobladores de las montañas son los guardianes de los ecosistemas montañosos, por eso deben participar en toda iniciativa turística local y aprobarla.
Más de 50 millones de personas visitan las montañas anualmente, atraídos por la belleza natural del ambiente de altura, la gran diversidad de actividades de esparcimiento que brinda el territorio montañoso y las oportunidades de entrar en contacto con las culturas locales. El panorama límpido, refrescante y maravilloso de las montañas, en combinación con las tradiciones, artes y artesanías, además de la riqueza culinaria local de las comunidades de las montañas, hacen de estas zonas interesantes destinos turísticos.
El turismo deportivo ha florecido particularmente en las zonas montañosas en los últimos 30 años. Ha desbordado las tradicionales zonas de América del Norte y los Alpes europeos a zonas muy poco explotadas anteriormente, como algunas partes del Asia Central, los Himalaya, el Karakorum, el Cáucaso, los Andes e incluso la Antártida. El alpinismo ofrece diversas actividades, que son las más comúnmente practicadas en las montañas: caminatas, esquí, tabla, ascenso y observación de aves. Con todo, están adquiriendo más demanda algunos deportes extremos, como el bungee jumping, hydrospeeding, rafting, parapente y barranquismo, sobre todo entre turistas urbanos en busca de aventura. Otro sector de desarrollo del turismo alpino aprovecha las montañas como fuente de bienestar y salud. Cada vez más recorridos por las montañas ofrecen oportunidades de contemplación y meditación.
El auge turístico sin duda ha beneficiado a muchas regiones montañosas de distintas partes del mundo. Gracias a los ingresos que deja el turismo, los pobladores de las montañas, muchos de ellos desfavorecidos económicamente hablando, pueden aspirar a mejorar su nivel de vida. El turismo de montaña ha dado a jóvenes de ambos sexos la oportunidad de labrarse un futuro en sus comunidades, en vez de unirse al éxodo rural a las ciudades. El aflujo de visitantes también ha creado un mercado para los productos de los artesanos y de los productos locales.
Una espada de doble filo
La experiencia demuestra que el turismo alpino puede producir diversos efectos nocivos. Puede degradar y ejercer presiones sobre los frágiles ecosistemas montañosos, destruyendo las propiedades que les dan su encanto. Las montañas son uno de los depósitos más importantes de biodiversidad en el mundo, pero la construcción, la contaminación y el ruido constituyen un peligro para este valioso recurso. En muchas partes del mundo en desarrollo donde están algunas de las regiones montañosas más bellas, la basura y los desechos se han convertido en uno de los principales problemas, así como la tala para obtener madera y leña. El misticismo de los sitios sacros de las montañas a menudo se ve sometido a las peregrinaciones en masa procedentes de todas partes del mundo. El turismo incrementa las redes y enlaces de transportes, capaces de ensuciar el medio ambiente, trastornar la vida tradicional y poner en peligro además las lenguas locales. Que las montañas sean sitio de recreo para el mundo constituye un riesgo para la identidad cultural de la población local.
1. Everest: el rey de las alturas
Aunque los occidentales le dieron el nombre del coronel británico George Everest, encargado en 1852 de efectuar el trazado cartográfico de la India, los nepaleses, por su parte, lo denominan Sagarmatha (aquel cuya cabeza toca el cielo) y los chinos, Chomologma (diosa madre del mundo), nombre derivado del tibetano.
Himalaya es la región del mundo que alberga el grupo de montañas más altas del mundo. Se extiende a través de una cordillera de cerca de 2.500 kilómetros de largo, el ancho de esta Cordillera es de aproximadamente los 200 km, el pico más alto corresponde al Everest con 8848 mt . El nombre Everest significa " contenedor de las nieves ". La extensión del grupo de montañas va desde el valle de Indus en el oeste al valle de Brahmaputras en el este.
Himalaya tiene 14 picos sobre 8.000 metros. Varios de los picos más altos - Mt.Everest, Kanchenjunga, Makalu y Annapurna están situados en la cordillera de Nepal. Los montañistas más experimentados consideran estos picos como los desafíos más grandes.
La diferencia de altura entre el valle y el Nagna Parbat de Indus en el noroeste, que está solamente a algunos kilómetros de allí, es 7.000 metros, y hacia el extremo del este la diferencia de la elevación es casi 8.000 metros en una extensión de no más de 100 kilómetros.
Hasta la guerra segunda guerra mundial la información que se tenía para los montañistas y escaladores era de 8.570 m y la montaña más alta que se había hecho cumbre era Nanda Devi (7.816 m). Posterior al término de la segunda guerra mundial Nepal abrió sus fronteras, y las tentativas de entrar al Himalaya desde el sur fueron más fáciles. Annapurna ( 8.078 m) fue alcanzado por primera vez por el francés Herzog y Lacenal en 1950 y el inaccesible Nanga Parbat ( 8.126m) fue alcanzado por el austriaco Buhl en 1953. El mismo año el Inglés Hillary y el Nepalés Tenzig quienes venían con varias tentativas anteriores alcanzaron la Cumbre del Everest (8.848 m). La cumbre del Kancgenjunga ( 8.598 m) fue alcanzada en 1955 y el Dhaulagiri (8.170 m) en 1960. En el mundo de la montaña, el monte Goldwin Austin o el K2 correspode al segundo lugar más alto ( 8.611 m) en la cordillera de Karakorum, estos fueron ascendidos 1954 por una expedición de Italiana.
Vista desde el cielo, la cadena montañosa del Himalaya parece una barrera infranqueable que separa dos mundos dentro de ese complejo universo que es el continente asiático. De un lado, el misterioso Indostán, con la India y Nepal yaciendo a los pies del gigante. Del otro, el Tíbet y la China milenaria. Pero para los habitantes de estas regiones aquella “barrera” montañosa ha funcionado como un puente para las migraciones. Desde épocas ya imposibles de evocar, grupos nómades sucumbieron a esa extraña pulsión del hombre –inquieto por naturaleza– de ver qué hay del otro lado. El Himalaya fue siempre un incierto camino para errantes que se internaban en sus entrañas sin más pertenencias que las que podían “acarrear” dentro suyo: sus creencias, el lenguaje y la escritura.
Hoy en día la cadena del Himalaya se ha convertido en una fuente de atracción para millares de viajeros que llegan en busca de esa extraña mezcla de belleza extraordinaria y una riqueza cultural que se mantiene inmune a los efectos de la globalización como en pocos lugares del planeta. Y quizás, una de las mejores maneras de conocer el mundo del Himalaya es animándose a recorrer a pie sus senderos, sus pueblos y sus alturas.
El Everest es conocido también con el nombre nativo de Chomolungma. Situado en la cordillera del Himalaya, en el Nepal. Altitud: 8850 metros (última medición realizada con un GPS por una expedición de National Geographic). Su dificultad radica en la altura extrema. Es la más conquistada y la que tiene un balance mayor en cifras absolutas de muertos. No llega al millar el número de personas que lo han subido. Los que suben por la vía normal coinciden en lo impresionante que llega a ser el pasar por un camino en el que te vas encontrando cadáveres. ¿Qué hay que prever? Pues cualquier cosa ya que todas han ocurrido ya alguna vez. Por ejemplo: la selección natural puede acabar con la vida de un montañero con sólo intentar llegar al campamento base debido a su gran altura, la fuerza del viento puede arrancarte literalmente de la arista de la montaña o de la misma cumbre, un vivac a 8000 metros puede hacer que no despiertes jamás debido al intenso frío, tener un descuido o resbalón en el descenso por el cansancio acumulado o que un sérac o un alud, simplemente, se desplomen justo por tu camino.
En realidad, el Himalaya es la gran muralla bajo la que se extiende el reino de Nepal, y entre esos picos helados y las muchas más modestas colinas de Mahabharat, se esconde el valle de Katmandú, un pequeño mundo habitado desde tiempos remotos.
Contemplar, aunque más no sea parcialmente, la imponente silueta de piedra del Everest, famosa en el mundo, requiere un breve viaje en avión y, si es posible, acompañado de unos buenos prismáticos.
El monte semeja realmente un gigante que esconde en las nubes su nevada cabeza. Separa con los otros picos la frontera entre Nepal y China. Parece muy poco hospitalario, pero ha permitido que exploradores intrépidos recorrieran sus laderas. Entre los montañistas nada inspira mayor admiración que haber escalado el Everest.
Esta maravilla natural se encuentra en una región en la que las montañas elevan airosas hacia el cielo azulado las cimas coronadas por nieve perpetua. Pero como el Everest se halla entre otros montes muy altos, nunca parece tan elevado como si estuviese solo. Ante el macizo, maravilla pensar que por elevado que sea, el hombre ha osado escalarlo, desafiando el escarpado acantilado de sus empinadas laderas. Muchas fueron las expediciones que han intentado conquistar el Everest, pero algunas fracasaron y sufrieron pérdidas humanas. El Everest fue conquistado por primera vez el 29 de mayo de 1953 por el alpinista neozelandés Edmund Hillary y el sherpa nepalés Norgay Tensing. El primero formaba parte de la expedición inglesa encabezada por John Hunt. Desde aquel entonces, año tras año, centenares de alpinistas acuden a Nepal para ascender a alguna de las cumbres de más de 8000 metros de altitud. El derecho de ascenso al monte cuesta 50.000 dólares; además es por turno y la reserva, en algunos casos, requiere varios años de anticipación. Más de doscientas personas han llegado a la cima y algunas de ellas hasta cuatro o cinco veces. En las superficies visibles de este monte se observa un terreno llano, nivelado, donde son perceptibles las ondas de nieve. A veces ofrecen el aspecto de un mar agitado; otras, de olas ligeramente escarpadas. La nieve recién caída y seca es la que se presta a tales caprichos del viento.
En las inmediaciones, las nubes toman diferentes formas y ofrecen el aspecto de plumas delicadas, sutiles. En otras partes, semejan grandes masas de lana o algodón.
Aproximaciones
El Everest forma una gran pirámide con tres caras claras y bien diferenciadas a las que existe en cada una de ellas una ruta de acceso:
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Cara Sudoeste: por el glaciar de Khumbu. En la parte superior del glaciar está el collado Sur (7906 m). Se llega al campamento base desde Namche Bazar. Vertiente nepalí.
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Cara Noroeste: por el glaciar de Rongbuk. El glaciar, en su parte superior, presenta tres grandes lenguas de las que dos de ellas nos conducen a itinerarios de ataque al Everest la lengua central y la oeste. Las dos mencionadas lenguas glaciares se encuentran en el collado Norte (7066 m). La lengua glaciar central de Rongbuk y el glaciar de Khumbu se encuentran en el Lho La (6026 m). Se llega a los campamentos bases desde el monasterio de Rongbuk. Vertiente tibetana (China).
Principales rutas de acceso:
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Ruta normal: por el glaciar de Khumbu aunque hay diferentes posibilidades para cruzar el glaciar y ascender por el valle todos los itinerarios posibles confluyen en el collado sur y continúan por la arista sureste. El campamento base suele estar situado a unos 5300 metros sobre el nivel del mar. El glaciar de Khumbu presenta su peor parte desde el mismo campamento base hasta una cota cercana a los 6200 metros y no deja de presentar dificultades serias hasta los 6800 metros. Llegados a esta cota el itinerario normal da un gran rodeo para situarse justo en la base inferior de la pared oeste del Lhotse y se gana la altura precisa por ella para llegar hasta el collado sur (7906 m) en una gran travesía final hacia el norte. La primera ascensión llegó al collado por el couloir que hay justo detrás del Espolón de los Ginebrinos. La arista sureste tiene una antecima conocida como pico Sur del Everest (8751 m) a la que se llega por unas largas pendientes hasta el pie de un couloir con una pendiente superior a los 45 grados de promedio y que en su parte final se acerca a los 50 grados. A unos 8500 metros se puede efectuar una travesía por la empinada ladera hacia la izquierda y conduce a un punto relativamente llano bajo un risco que permite situar un campamento de ataque a la cumbre. La cresta a 8500 metros forma como una gran joroba y se estrecha como el filo de un cuchillo en la que su nieve suele ser blanda e inestable. Unos 120 metros antes de llegar al pico Sur la cresta acentúa su inclinación y se ensancha hasta convertirse en una formidable cara de nieve a menudo muy inestable. La cresta desde la antecima hasta la cumbre a primera vista parece una barrera casi infranqueable. A una hora de la cumbre secundaria por la cresta cimera se llega al punto conocido como el "escalón de Hillary" que es una pared de roca de unos 12 metros de altura, lisa y casi desprovista de asideros. Hillary lo supera por el lado oriental por una estrecha grieta que hubo entre la cornisa y la roca. Justo superado el escalón sobre la roca hay un amplio rellano. La cresta en este punto gira hacia la derecha y presenta ondulaciones que no permiten ver con claridad dónde está la cúspide final. Hillary tardó unas dos horas y media en realizar la cresta.
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Vía del collado Norte:
Vertiente este de la cara noroeste y arista nordeste. El campamento base avanzado está situado a unos 6500 metros. A él se llega por el glaciar Este de Rongbuk siguiendo la morrena de la derecha hasta llegar al que se denomina campamento II, se baja a pie sin problemas hasta el centro del glaciar (con la forma de un gran río) y se sube andando sin pisar nieve hasta el mismo campamento avanzado. La subida al collado Norte (7066 metros) tiene un primer tramo muy llano hasta los 6700 metros y en el segundo la pendiente oscila entre los 30 y 40 grados y hay que ir esquivando algunos séracs. A partir del collado Norte la arista es ancha y la pendiente oscila entre los 30 y 45 grados. La vista es espectacular. A 7800 metros hay una plataforma de nieve sobre unas rocas en las que se acostumbra a instalar el campamento IV.
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Cara Noroeste: couloir Hornbein. Tiene una inclinación media de 55 grados y unos 2600 metros de desnivel desde el pie de la montaña hasta la cumbre. El campo base se suele situar a la izquierda, subiendo por el glaciar de Rongbuk, justo delante del glaciar Oeste de Rongbuk a unos 5560 metros de altitud. Es el lugar más alto de este valle en el que podremos encontrar agua, estar resguardados del viento, acampar junto a dos pequeños lagos y encontrar un suelo cubierto por un manto de hierba ideal para acampar. El inicio del corredor está situado a unos 6200 metros de altitud. El tramo desde el campamento base y el inicio del corredor es bastante llano y se puede recorrer en unas tres horas. En el inicio del corredor nos encontraremos con una rimaya que hay que atravesar y posteriormente hay unos 80 metros con unos 60 grados de pendiente para aflojar un poco a continuación, aún y así, se mantiene la pendiente entre los 55 y 60 grados. El itinerario va por el centro de la canal y sigue con la misma tónica hasta los 7200 metros. En épocas de viento éste traslada la nieve de la pared y las aristas la acumula en la canal por lo que hay que vigilar la posible formación de aludes de placa.
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Cara sudoeste por su sector oeste hasta la cota 8500 metros en la que se continúa por la arista oeste hasta la cumbre. Es quizás la vía con una dificultad más sostenida. Que yo sepa no repetida.
2. Los doce gigantes del sur
Desde la Puna de más de 4000 metros que se recorre en los últimos 100 kilómetros del lado argentino y en los siguientes 100 kilómetros del lado chileno, pueden verse sucesivamente las impresionantes cumbres nevadas de los volcanes Pissis (6882 m, la segunda cima de América), del Nacimiento (6493 m) y Bonete (6759 m) dentro del lado argentino; los volcanes limítrofes Ojos del Salado (6893 m), Tres Cruces (6749 m), Incahuasi (6621 m), Walter Penck (6658 m), El Muerto (6470 m), Cerro Solo (6240 m), San Francisco(6010 m), Sierra Nevada (6127 m) y, ya dentro de Chile, el Copiapó(6052 m) Todos ellos emergen como impresionantes elevaciones sobre un terreno ya enormemente alto, cuya soledad incrementa la sensación de encontrarse en un entorno excepcional del planeta.
Ninguno de esos volcanes está formalmente activo. Sin embargo, quienes han recorrido a pie la región, en busca de cumbres, pueden atestiguar que en las laderas del Ojos del Salado se aprecian las fumarolas que atestiguan la existencia de actividad subterránea. Y como suelen decir los vulcanólogos, aun los volcanes aparentemente muertos suelen despertarse en el momento menos pensado.
En la misma región, aunque algo más al Norte, aún se recuerda la enorme erupción del volcán Lascar, del lado chileno, cuyas cenizas se dispersaron por una vasta zona del norte de ambos países, tal como en 1991 sucedió con el volcán Hudson en la Patagonia.
La gran travesía hacia ese mundo de volcanes comienza, propiamente, en la pequeña ciudad catamarqueña de Fiambalá. Allí deben realizarse los trámites aduaneros si uno quiere cruzar a Chile ya que luego no hay ningún otro control fronterizo del lado argentino.
Desde esa última localidad, se empieza a subir gradualmente por la quebrada del río Chaschuil, donde montañas de increíbles contrastes de colores -bloques verdes, negros y rojos nítidamente separados- anticipan lo que se verá más tarde. Allí hay todavía unos 40 kilómetros de piso de ripio, ya que el camino está en construcción en ese tramo más angosto y sinuoso. Pero inmediatamente después aparece un pavimento impecable y más abierto, que sube hacia el Norte, paralelo a la cordillera y desde el cual, ya a gran altura, comienzan a verse las grandes moles.
Dos de los grandes picos, el Bonete y el Pissis, no se distinguen desde el camino, sin embargo. Para quien quiera verlos, aunque sea desde lejos, hay que desviarse por una senda sólo apta para camionetas 4x4 y que aparece marcada con un cartel de refugio , a la izquierda del camino, unos 40 kilómetros antes de la frontera y 10 kilómetros antes de una suerte de restaurante-albergue-campamento de trabajo de las obras donde se puede comer algo si uno no tuvo la previsión de llevar víveres y mucha agua, elemento indispensable por la extrema sequedad del ambiente.
Si se toma ese desvío, se observa enseguida un insólito alambrado. Pero hay un cartel que lo explica: allí se están criando guanacos y vicuñas para la explotación de esa lana tan apreciada para los tejidos norteños.
Cumbres a la vista
Al cabo de una hora y media de marcha hacia arriba, tras sortear una colina a casi 4000 metros, el horizonte se abre de repente y aparecen, nítidamente diferenciadas, las tres cumbres más altas de la región: el Bonete, el Pissis y el Ojos del Salado. Los tres rivalizan con el Aconcagua por su altura y por la imponencia de la cadena que los enlaza. La vista a distancia es una válida recompensa para quienes se aventuren al lugar con todas las precauciones del caso.
3. Cerro Aconcagua
Es de suponer que no habrá pasado inadvertida su inmensa mole a los pobladores primitivos, ya que se destaca netamente a la distancia entre sus colosos vecinos. Su nombre evidentemente indígena y según los que afirman que es de origen quechua, derivaría de "Ackon Cahuak" y se traduciría por "Centinela de Piedra". Los que enraízan en el araucano, afirman que viene de "Aconca - Hue", expresión mapuche aplicada al río del mismo nombre, al que se dice en Chile "viene del otro lado" ya que antiguas creencias suponían que el río Aconcagua nacía en los faldeos del monte de igual nombre.
El Aconcagua es el cerro más alto de América, y el más alto del mundo fuera del continente asiático. Es un largo pedestal de sedimentos marinos cubiertos por una masa volcánica. Posee dos cumbres, la norte y la sur, unidas por una cresta de aproximadamente un kilómetro, llamada filo del Güanaco, la más alta es la cumbre norte de 6.962 metros, la cumbre sur tiene una altura de 5.933 metros. Desde el filo del Güanaco comienza la cresta sur que desciende hasta el valle de Horcones inferior, donde nace la cara sur que tiene un desnivel de 3.000 metros. Desde el valle de los relinchos descienden la cresta Este y noroeste, mientras que en la dirección norte hay una cresta de roca ancha por donde pasa la ruta normal.
El Aconcagua disimula muy bien sus 6962 metros de altura. Al estar rodeado de montañas tan altas y amplísimos valles, se pierde la noción del tamaño y el espacio, y parece un cerro más. Los Andes mendocinos se asemejan a la cadena del Himalaya: la visión se acostumbra a observar enormes espacios vacíos limitados por montañas muy vastas de las cuales perdemos toda idea de su tamaño. Las abarcadoras miradas vagan en absoluta libertad por espacios infinitos que parecen ajenos a un mundo cotidiano que ha quedado muy abajo. Nos rodea una amplia soledad que es opuesta a la que nos oprime en la pequeñez de un cuarto, mientras el tiempo parece inmóvil en el instante posterior al que se levantaron estas montañas hace 50 millones de años.
Hacia las alturas
Con la contemplación del Aconcagua culmina el primer tramo de la excursión a la Alta Montaña que continúa hacia Puente del Inca y llega hasta el Cristo Redentor. Aunque el trayecto no se inicia en Uspallata, puede decirse que después de pasar esa ciudad comienza la verdadera aproximación a los colosos de los Andes. Allí la Ruta 7 gira a la izquierda y nuestro vehículo se enfrenta al cordón cordillerano Del Plata. Al fondo se erige un cerro del mismo nombre que nos atrae con la magnética imponencia de sus 6300 metros exactos, cubiertos por un radiante manto de nieve.
El segundo gigante en aparecer es el Volcán Tupungato, que ostenta sus 6800 metros al final de un amplísimo valle, cubierto de ventisqueros en sus laderas. Un desvío de tierra nos conduce hasta el puesto de guardaparques del Parque Provincial Aconcagua. Allí comienza un minitreeking de 400 metros a través de suaves lomadas donde el árido terreno cobra inusitada vida gracias al brillo de la nieve acumulada en pequeños túmulos.
El Puente del Inca
El paso siguiente de esta excursión es un puente formado de manera natural hace millones de años, cuando un cerro se derrumbó sobre el río Cuevas. El río erosionó el suelo formando un cañón que, en un pequeño segmento, está techado por una extraña formación sedimentaria conocida como Puente del Inca (se dice que hasta aquí llegaba el gran imperio del Cuzco). Del suelo brotan aguas surgentes con minerales que cubren el puente de una extraña capa de sedimento que combina tonos amarillentos, blanquecinos, verdosos y anaranjados. En la parte de abajo del puente cuelgan centenares de estalactitas de hielo de hasta cuatro metros de largo, que se van cayendo a pedazos minuto a minuto para estrellarse contra las rocas o derretirse en el curso del río.
Justo debajo del puente hay una construcción abandonada que se asemeja a los restos de un edificio de piedra construido por los jesuitas. Sin embargo, se trata de los cuartos de baño termales del hotel Termas del Inca –edificado en 1905– que fuera arrasado por un mortífero aluvión de piedra y nieve en agosto de 1965, con los huéspedes adentro. Por estar debajo del puente, las salas de baño abandonadas perduraron en buen estado. Se llega descendiendo por una escalera de piedra, para ingresar en una galería al borde de un pequeño precipicio. Allí se recorren los cuartos con piletones llenos de agua caliente, donde quedan algunos azulejos en las paredes. Las humeantes aguas brotan a chorros en ciertos lugares e inundan todo el piso, cubriéndolo de un sedimento amarillo (conviene llevar zapatos de goma). Finalmente desembocamos justo debajo del puente, casi al acecho de las amenazantes estalactitas, donde todo el tiempo están cayendo grandes gotones de agua y trocitos de hielo.
El Cristo Redentor
Ya casi al final del trayecto aparece junto a la ruta la villa fronteriza de Las Cuevas, erigida a 3151 metros sobre el nivel del mar, con sus pintorescas casas al estilo nórdico. Y por último, un sinuoso camino de tierra de nueve kilómetros conduce hasta el monumento al Cristo Redentor, esculpido por el artista argentino Mateo Alonso a 4000 metros de altura. Las posibilidades de llegar hasta el Cristo de seis toneladas son por cierto muy remotas, ya que el camino permanece tapado por la nieve la mayor parte del año. De modo que unos pocos afortunados llegan a leer personalmente, en pleno verano, una significativa placa que reza junto al Cristo: “Se desplomarán primero estas montañas antes de que chilenos y argentinos rompan la paz jurada al pie del Cristo Redentor”.
4. Los Picos de Europa
El Parque Nacional de Los Picos de Europa se encuentra enclavado en la Cordillera Cantábrica, entre las provincias de Asturias, León y Santander.
Su vasta extensión comprende territorios pertenecientes a los concejos de Amieva, Cangas de Onís, Onís, Cabrales, Peñamellera Alta y Peñamellera Baja.
Su singularidad, belleza e interés paisajístico, natural y geológico han hecho que este espacio pasara a declararse, en 1995, Parque Nacional de Los Picos de Europa, acogiendo en su región occidental al que fuera el primer Parque Nacional de España, el de la Montaña de Covadonga, por su Majestad Don Alfonso XIII, en 1918.
Han sido necesarios 300 millones de años para crear los encrespados paisajes de Los Picos de Europa.
Distintos plegamientos y glaciaciones han conformado un tortuoso paisaje modelado por el hielo y el efecto de las aguas sobre la piedra caliza, formando un grandioso karst de montaña.
Los tres macizos principales de esta maravilla natural se ven limitados por profundos valles y gargantas, aparecidos ante el paso erosionador de las afiladas lenguas de hielo de los glaciares y de la fuerza de las aguas de los ríos que, aún hoy, siguen modelando a su gusto la piedra, disolviendo la caliza.
El río Dobra, afluente del Sella, y el Deva, flanquean los montes al oeste y al este de la cordillera, siendo el Cares y su afluente el Duje los encargados de distribuir el parque en sus tres macizos.
En el macizo Central encontramos las cumbres más elevadas de la Cordillera Cantábrica en los escarpados Urrieles, donde se eleva la más emblemática referencia de Los Picos de Europa, la inmensa belleza del Naranjo de Bulnes, también conocido como el Picu Urriellu. Sus 2.519 metros de complicada orografía no han evitado la instalación humana, siendo famoso el pueblo de Bulnes por su limitado acceso a través de un sendero entre montañas.
Al este de los Urrieles se encuentra el macizo Oriental, el Andara, el más pequeño de perfil más suave, cuya cima más alta se encuentra en la Morra de Lechugales con 2.400 metros de altura.
El más occidental de los tres macizos es el de los Picos del Cornión, cercano al Real Sitio de Covadonga. Allí los lagos Enol y Ercina reflejan las altivas montañas donde se gestó la legendaria historia de Asturias.
En la misma cueva de Covadonga se puede disfrutar de la huella omnipresente del proceso karstico de los Picos, en la fotográfica surgencia del río Orandi, bajo la imagen de la Virgen.
Entre los Urrieles y el Cornión, separando de sur a norte los macizos Central y Occidental, discurre el río Cares, cuyas cristalinas aguas azotan con bravura todo su recorrido.
De las hermosas cumbres del macizo Occidental, destaca La Peña Santa de Castilla, con 2.596 metros. En su camino encontramos el Mirador de Ordiales, donde un desplome de casi 1.000 metros cae hasta el valle, impresionando a todo el que lo visita.
Clima
Las características de los Picos de Europa corresponden a las del clima de alta montaña, cuyas temperaturas oscilan alrededor de los 8ºC en media montaña y por debajo de los 0ºC en las cumbres, donde aumentan las precipitaciones y existe una fuerte innivación, básicamente invernal.
5. Uluru: el instinto de Australia
Alice Springs es el punto de partida para explorar el desierto rojo. En la ciudad es común cruzarse con familias y grupos de aborígenes, ya que aquí se está en el corazón de su territorio; sin embargo, también es claro que se impuso la presencia blanca y que el legado de la población nativa está relegado a las artes –bellísimas representaciones de la fauna y la flora en los colores de la tierra y mediante el “arte de puntos”–, las artesanías –con los boomerangs en primer lugar– y la gastronomía, ya que toda una corriente busca volver a los alimentos originales de la tierra australiana.
Fuera de la ciudad, la naturaleza parece competir en espectacularidad: 150 kilómetros al sur de Alice Springs se encuentra la Reserva Henbury Meteorites, una serie de 12 cráteres provocados por la caída de una serie de meteoritos que formaron huecos de hasta 180 metros de ancho y seis metros de profundidad; en las afueras se encuentra también los McDonnell Ranges, restos de una cadena montañosa que alguna vez fue como el Himalaya y que hoy ofrece curiosas gargantas de piedra, cascadas y senderos de trekking. Al norte de Alice Springs, el Devil’s Marbles Conservation Park es famoso porque posee una serie de bolas de granito de tamaño gigantesco, formadas hace miles de años como resultado de los movimientos geológicos de la zona y aún hoy inmóviles y de un color intensamente rojo que se hace particularmente sugestivo al atardecer.
Hay que ir, sin embargo, un poco al sur de Alice Springs para descubrir el monolito de Uluru, el gran símbolo de Australia en el mundo. Sobre la plana llanura, surge de pronto solitaria la inmensa mole de piedra que los aborígenes consideran sagrada, tanto que jamás se atrevieron a escalarla. El lugar es de una soledad total: apenas se divisan a lo lejos las masas rocosas de Kata Tjuta, o “The Olgas”, un conjunto de granito que se levanta a 45 kilómetros de distancia. Lo mejor es hacer una visita guiada por el Parque para conocer las discretas fauna y flora del desierto, y aprender sobre las ancestrales creencias aborígenes. Pero basta con el recorrido alrededor de la base, de unos 9 kilómetros, para darse una idea de la imponencia del lugar, donde es posible descubrir también cuevas con arte rupestre. Otras caminatas proponen descubrir los secretos de la vida cotidiana de los aborígenes, o bien alejarse hasta el sistema de gargantas y valles de Kata Tjuta, no menos asombrosas. El Parque cuenta, además, con un interesante Centro Cultural cercano a la base de Uluru, que vale la pena visitar antes de conocer los sitios para interpretar mejor su significado y saber más sobre la cultura aborigen. Hay que recordar, además, que éste es el lugar ideal para conseguir artesanía aborigen auténtica, y para asistir a espectáculos de música y danza nativa.
Los nativos del mundo entero vivieron, en su mayoría, experiencias difíciles cuando establecieron los primeros contactos con el hombre blanco. Los aborígenes australianos no fueron la excepción a la regla.
Sólo a partir de los años sesenta lograron que el gobierno respetara y reconociera sus dominios, religión y cultura.
Los anangu viven en la parte central de Australia, en el desierto conocido como el red center por la particular pigmentación de la tierra.
Asentados allí desde hace más de 15 mil años, son una de las decenas de tribus que habitan el territorio australiano. Llegaron a esta inmensa isla haciendo escala en la infinidad de islas que la separan del continente asiático. Su permanencia contrasta con la del hombre blanco que hace poco más de 200 años que llegó a este continente. Y los que llegaron alrededor de 1870, no fueron generosos.
Aventureros en busca de metales preciosos como el ópalo, cazadores de dingos, y ganaderos que establecieron sus stations en tierras aborígenes, pisotearon una cultura milenaria y la contagiaron con enfermedades típicamente occidentales, como la gripe, que causó estragos en los grupos tribales.
Sitios sagrados
Sólo en 1985, después de una prolongada batalla jurídica, los anangu pudieron tomar posesión sobre el Parque Nacional Uluru, el nombre aborigen del Mount Ayers, que es uno de los sitios sagrados de este pueblo, donde se llevan adelante ceremonias religiosas fundamentales en la cultura anangu. Muchos de estos ritos sagrados son secretos, y muy poca información trascendió sobre ellos; los sitios donde se realizan son celosamente custodiados y se trata de que no sean profanados por los miles de turistas que lo visitan.
Uluru, es mundialmente famoso por el monte Ayers Rock y por las formaciones rocosas llamadas The Olgas. Ayers Rock es una montaña de cerca de 400 metros de altura y unos dos kilómetros de largo que surge solitaria en la inmensidad del desierto. A treinta kilómetros de distancia y en una superficie de unos dos kilómetros cuadrados, se elevan las formaciones The Olgas, 36 domos que alcanzan una altura máxima de 500 metros, y representan las formas más extrañas que se puedan imaginar, producto de la erosión eólica.
Centenares de turistas realizan largos viajes para escalarlos y deleitarse con los contrastes visuales que provocan una combinación de los colores de las rocas con la luz de distintas horas del día.
Ceremonias religiosas
En una época del año, desconocida para los no iniciados, los diferentes grupos que habitan la región de Uluru comienzan a llegar a los alrededores del monte sagrado, para llevar adelante las ceremonias religiosas que limpiarán el lugar de los malos espíritus e invocarán la ayuda de los dioses para el año que comienza.
Los grupos se separan por sexo y edad: los hombres jóvenes, los hombres adultos; las mujeres jóvenes y las solteras; las mujeres adultas y las casadas.
Los diferentes grupos buscan refugio en las cavernas que proliferan en la zona, con profusión de pinturas rupestres.
Temprano por la mañana, los hombres inician la delicada tarea de decorarse el cuerpo, una forma de invocar a los espíritus para luchar contra el demonio Kurpany.
La cara se transforma con gruesos trazos claros, mientras que un sombrero hecho de fibras vegetales completa una apariencia casi demoníaca. El torso y las piernas, pintadas con una sucesión de diminutos puntos, completan la obra. Durante el día, la caza de Kurpany será implacable.
Al anochecer todos los hombres se concentran en un punto predeterminado.
La primera actividad es prender el fuego con un palito que se frota, haciéndolo girar rápidamente entre las manos, contra un trozo de madera, hasta que surjan las primeras chispas.
Alrededor de la fogata se inicia la música, realizada fundamentalmente con el didgeridoo (un palo ahuecado de un metro de largo), por el cual se sopla para representar los sonidos de la naturaleza: el viento, la lluvia, el salto del canguro, los ladridos del dingo, los truenos, etc. Los hombres danzan toda la noche festejando la victoria sobre Kurpany.
Cuando el sol despunta en el horizonte bañando al monte Uluru de una luz rojo sanguíneo, los grupos comienzan a retirarse, mientras la temperatura crece abruptamente.
Desde las alturas, espero que este itinerario eleve tus ganas de viajar.
Fuente: http://www.viajeros.com/articulos/los-cinco-elegidos-destinos-de-altura